El tipo, canoso y con bigotes, tiene algo histórico en su haber: ganó una elección sindical desde la cárcel. ¿Quién es José Pedraza?
Durante su infancia en Córdoba, José Pedraza pasó hambre. Hijo de un peón ferroviario, luchó contra la falta de comida.
Pedraza es el ex secretario general de la Unión Ferroviaria. Y el histórico rival del Paritdo Obrero. Más aún luego del crimen de Mariano Ferreyra, militante que fue asesinado mientras reclamaba para terminar con la tercerización. Por esa causa, Pedraza se encuentra preso.
“Pedraza maneja una patota, una burocracia sindical". El cordobés admitió tener fuerzas de choque "pero no patotas. No manejan armas, no son patotas".
Llegó de chico a las vías: con 16 años comenzó a trabajar como obrero en el Ferrocarril, en Córdoba. Ahí comenzó su militancia. Ya un poco más grande, se acercó al marxismo: concilió con las ideas comunistas. Hoy, tiene seis propiedades, una tasada en un millón de dólares.
Los gobiernos de facto, sus primeros rivales políticos. Pedraza estuvo preso durante el gobierno de Onganía y encabezó huelgas en 1979 durante la última dictadura militar. En esos tiempos ya era un militante peronista.
Y entonces se entregó al viento. Sus ideales se perdieron. Encabezó la refundación del peronismo junto a Cafiero en 1989. Cuando este perdió las internas, pasó a jugar con los vencedores, con el Menemismo: "Apoyé a Menem como lo hizo todo el peronismo, del mismo modo que ahora apoyo a Kirchner. Y apoyé las privatizaciones de los noventa, como lo hizo todo el peronismo”.
El muchacho, un caradura: "De los 114 mil ferroviarios que había en 1990, hoy quedamos 14 mil y una red devastada. Además, los 80 mil que quedaron afuera fueron a engrosar la lista de desocupados", denunció el ingeniero Norberto Rosendo, presidente de la Comisión Nacional Salvemos al tren. Pedraza, no titubeó para contestar: “La gente huía de la empresa; pero, claro, después se dieron cuenta de que el kiosquito que pusieron con el retiro no funcionó". Esto surgió en el contexto de las privatizaciones de los trenes. Allí, Pedraza, gerente estatal de Ferrocarriles Argentinos, despidió a 80 mil empleados.
“Los gordos”, así llaman a los integrantes de la patota sindical, lo defienden. Lo cuidan. Le protegen el cargo. Contar todas sus extrañas apariciones, llevaría miles de caracteres. Pero hay una emblemática: hace cuatro años, el sindicalista fue acusado de estafa. Se habría robado 34 millones de dólares. A la justicia le costó poco tiempo encontrar una serie de empresas fantasmas que tendrían parte de ese dinero, empresas que eran de familiares de dirigentes ferroviarios. Eso le costó a Pedraza el embargo de 50 millones de dólares. Y a Alberto Seijas, juez de la causa, una paliza en la puerta de su casa.
Pasó el tiempo. Pasaron gobiernos, huelgas y miles de trenes. Hasta pasó una vida. Sin embargo, Pedraza sigue allí arriba. Desde su celda, fue reelecto como secretario de la Unión Ferroviaria. Ayer, un neoliberal. Hoy, un férreo defensor del Kirchnerismo.
Las mismas caras, las mismas voces, los mismos trenes.
jueves, 25 de agosto de 2011
miércoles, 17 de agosto de 2011
Bondi, mi buen amigo
Que el fútbol genera pasiones, está claro: es el deporte que más despierta en los argentinos, el único que logra movilizar a las masas. Las masas son sinónimo del pueblo. Y el pueblo viaja en bondi. Por silogismo, los argentinos van en bondi a la cancha.
Viajar en "bus" con los hinchas de cualquier equipo es una experiencia única. Los tipos se juntan en una parada, paran el colectivo y suben. Desde entonces, la línea deja de tener un servicio normal: va sin escalas hasta la cancha. Una vez arriba, parados, cantan. En ningún momento dejan de cantar. Se mueven para acá, se mueven para allá y el que no salta es del clásico rival.
Ser visitante y tomarse el colectivo del “enemigo” para acercarse hasta el estadio es más arriesgado que intentar robar un banco. Si sos visitante, olvidate de llevar tu camiseta. Te vestís de civil, y, cuando te subís, buscás el lugar más alejado posible de los hinchas. Ah, y no los mirés: se van a dar cuenta que sos visitante.
Cada equipo tiene una línea que lo identifica. Esa que, cada domingo que juegan de local, es una fiesta. Más aún, los cinco grandes.
En la gráfica de cada “42” figura una parada: River Plate. Rojo y amarillo, el “42” sale de Amancio Alcorta y Pepiri para terminar, los días de partido, en el estadio Monumental. Mientras cruza Parque Chacabuco, Villa Crespo, Chacarita, Colegiales y Belgrano, todo es rojo y blanco. Descienden y en caravana van hasta la cancha.
A 15 cuadras del Antonio Vespucio Liberti, por Cabildo, pasa el 152. Blanco y azul, lleva la inscripción “Olivos – Boca”. Cruza el viaducto que comunica Cabildo con Santa Fe, dobla en Paseo Colón. Durante todo el trayecto, se suben decenas de hinchas de Boca. Y todos bajan en el mismo lugar: Casa Amarilla, Almirante Brown 401. Los visitantes, si se animaron a subir, siguen: bajan en la terminal.
Cerquita, ahí nomás, está Avellaneda. Avellaneda, como dice el hit de cancha, tiene dos bandas. Y las dos bandas, como alternan la localía, comparten el bondi. El “95” viene de capital. Arévalo, Santa Fe, Plaza Italia. Suben, suben y suben: un domingo de rojo y al siguiente de albiceleste. Las paredes, confundidas, escuchan como se cantan entre sí. Todos bajan en el mismo lugar: Adolfo Alsina y Colón. Las tres cuadras que separan al “Juan Domingo Perón” del “Libertadores de América” se caminan. Es más: desde la cancha de Independiente, se ve el cilindro. Ah, una fracción de la hinchada de Racing se llama “La 95” en honor a ese bondi.
La historia de San Lorenzo es conocida: un club de Boedo que vendió el terreno de su cancha para la construcción de un supermercado. Años después, construyeron su nuevo estadio en Bajo Flores. Sin embargo, el “23” es el colectivo de los melancólicos. Es el que levanta a todos los que aún se mantienen en Boedo. Lo cruza entero y termina donde tiene que terminar: el “Nuevo Gasometro”.
Europa, dicen, es una sociedad más avanzada, una sociedad modelo. Madrid, una ciudad bellísima y el Real Madrid uno de los clubes más poderosos del mundo. El subte, el medio de comunicación más veloz. Y el Santiago Bernabeu, hogar del "merengue", tiene su estación. Es cuestión de tomarse la línea 10 y bajarse en “Santiago Bernabeu”. Al subir las escaleras que conducen a la calle, te chocas con la cancha. Increíble. Igual cuentan que los días de partido se viaja tranquilo: nada de canciones, nada de saltitos. Es simplemente un viaje.
Pasará el tiempo, avanzarán los medios de transporte. Quizás en cientos de años existan los autos voladores, o, quien te dice, la tele transportación. Pero de algo estoy seguro: para ir a la cancha, el hincha argentino seguirá eligiendo el colectivo.
Viajar en "bus" con los hinchas de cualquier equipo es una experiencia única. Los tipos se juntan en una parada, paran el colectivo y suben. Desde entonces, la línea deja de tener un servicio normal: va sin escalas hasta la cancha. Una vez arriba, parados, cantan. En ningún momento dejan de cantar. Se mueven para acá, se mueven para allá y el que no salta es del clásico rival.
Ser visitante y tomarse el colectivo del “enemigo” para acercarse hasta el estadio es más arriesgado que intentar robar un banco. Si sos visitante, olvidate de llevar tu camiseta. Te vestís de civil, y, cuando te subís, buscás el lugar más alejado posible de los hinchas. Ah, y no los mirés: se van a dar cuenta que sos visitante.
Cada equipo tiene una línea que lo identifica. Esa que, cada domingo que juegan de local, es una fiesta. Más aún, los cinco grandes.
En la gráfica de cada “42” figura una parada: River Plate. Rojo y amarillo, el “42” sale de Amancio Alcorta y Pepiri para terminar, los días de partido, en el estadio Monumental. Mientras cruza Parque Chacabuco, Villa Crespo, Chacarita, Colegiales y Belgrano, todo es rojo y blanco. Descienden y en caravana van hasta la cancha.
A 15 cuadras del Antonio Vespucio Liberti, por Cabildo, pasa el 152. Blanco y azul, lleva la inscripción “Olivos – Boca”. Cruza el viaducto que comunica Cabildo con Santa Fe, dobla en Paseo Colón. Durante todo el trayecto, se suben decenas de hinchas de Boca. Y todos bajan en el mismo lugar: Casa Amarilla, Almirante Brown 401. Los visitantes, si se animaron a subir, siguen: bajan en la terminal.
Cerquita, ahí nomás, está Avellaneda. Avellaneda, como dice el hit de cancha, tiene dos bandas. Y las dos bandas, como alternan la localía, comparten el bondi. El “95” viene de capital. Arévalo, Santa Fe, Plaza Italia. Suben, suben y suben: un domingo de rojo y al siguiente de albiceleste. Las paredes, confundidas, escuchan como se cantan entre sí. Todos bajan en el mismo lugar: Adolfo Alsina y Colón. Las tres cuadras que separan al “Juan Domingo Perón” del “Libertadores de América” se caminan. Es más: desde la cancha de Independiente, se ve el cilindro. Ah, una fracción de la hinchada de Racing se llama “La 95” en honor a ese bondi.
La historia de San Lorenzo es conocida: un club de Boedo que vendió el terreno de su cancha para la construcción de un supermercado. Años después, construyeron su nuevo estadio en Bajo Flores. Sin embargo, el “23” es el colectivo de los melancólicos. Es el que levanta a todos los que aún se mantienen en Boedo. Lo cruza entero y termina donde tiene que terminar: el “Nuevo Gasometro”.
Europa, dicen, es una sociedad más avanzada, una sociedad modelo. Madrid, una ciudad bellísima y el Real Madrid uno de los clubes más poderosos del mundo. El subte, el medio de comunicación más veloz. Y el Santiago Bernabeu, hogar del "merengue", tiene su estación. Es cuestión de tomarse la línea 10 y bajarse en “Santiago Bernabeu”. Al subir las escaleras que conducen a la calle, te chocas con la cancha. Increíble. Igual cuentan que los días de partido se viaja tranquilo: nada de canciones, nada de saltitos. Es simplemente un viaje.
Pasará el tiempo, avanzarán los medios de transporte. Quizás en cientos de años existan los autos voladores, o, quien te dice, la tele transportación. Pero de algo estoy seguro: para ir a la cancha, el hincha argentino seguirá eligiendo el colectivo.
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