Y durante una semana Retiro se transformó en camping: carpas, bolsas de dormir, guitarras, olores. La metodología del camping era en fila. Durante una semana la gente dejó sus casas, sus camas, sus colchones y transformó a la estación de trenes en un gran campamento.
Es que el verano está cerca y un pasaje a Tucumán en tren, del bolsillo, también. El 26 de diciembre, la fecha vedette: desde el sábado la gente comenzó la espera para quedarse con alguno de los 500 lugares. Es que los precios son muy accesibles, varían entre los 45 y 200 pesos. El micro, 600 pesos. Familias enteras, grupos de amigos conviven en Retiro. Guitarreadas, mates y hasta carreras de bolsas de dormir. Los trabajadores de “Ferrocentral”, los grandes ausentes en este camping. Los baños recién se abrieron el lunes.
miércoles, 26 de octubre de 2011
Retiro, el camping en la ciudad.
Es que se venden por fecha: cada día, tienen sus propias jornada de venta. Por eso, también, la gente se acumula. Y la empresa no hace nada para modificarlo, para cambiarlo: no modifica el sistema de venta. Reparten algunos números, preguntan muy por arriba qué pasaje van a sacar. Nadie piensa en la posibilidad de adelantar fechas, nadie se pone en el lugar de los viajantes.
La situación atrajo cámaras y las cámaras, como siempre, al Estado: funcionarios fueron a la fila. Pidieron datos, números de teléfono y consultaron en qué día preferían viajar. Aseguraron que “los llamarían con novedades” y que “los precios no van a variar, podés viajar en micro a costo de tren: la secretaria de transporte los costearía”. Algunos juraron por sus hijos que conseguirían los pasajes. Pero, a cambio, pidieron que “la gente se vaya”. Algunos lo hicieron. La mayoría desconfió.
Los que se fueron, al día siguiente, volvieron.
A partir de ahí, del Estado, nada. De la empresa, menos. La gente llega, se acomoda. Los que quieren adelantarse en la fila, no pueden: reciben insultos, gritos y automáticamente vuelven hacia atrás.
Y allí estuve. Acampé, intenté dormir. No pude. Después de cuatro noches rotando con mis amigos, recién hoy conseguí mi boleto: tuve que postergar una semana el viaje por falta de disponibilidad. Es que el tren sale cada cuatro días. Y hay una sola formación.
Esto es como cuando caen las fichas de dominó. El año que viene la gente irá con una semana de anticipación. Se siembra miedo, desesperación. Nadie hace nada para solucionarlo. Algunos pidieron días de vacaciones para ahorrar plata y, a cambio, no consiguieron la posibilidad de pasar año nuevo con sus familiares en el norte. Otros, simplemente quieren ahorrar plata. Pero, como siempre, hasta que el sistema no colapsa, nadie previene…
jueves, 13 de octubre de 2011
¿Y allá cómo es?: Paris
Oh la la, Oh L’amour. Glamour, moda, historia, cultura. Una metrópoli que es vanguardia en cientos de aspectos. Para muchos, la capital cultural del mundo. Para otros más fundamentalistas, la capital del mundo, la ciudad más linda del mundo. Es que Paris es mágica. En cada esquina, un palacio. Donde miras, historia. Museos, monumentos. Y un subte que deja bastante que desear.
19 de julio de 1900, cinco días después del día de la revolución, se inauguró el metro. Los juegos olímpicos de ese año, la excusa. En ese entonces, dos líneas: la “2” y la “6”. Hoy, 111 años más tarde, 16 líneas distintas le dan la vuelta a la capital francesa. 300 estaciones y más de 4.500.000 de pasajeros por día.
Hay varias formas de medir el nivel del servicio del subte. La extensión y su recorrido es una. En ese indicador, Paris está muy bien: permite llegar a todos los lugares turísticos, a todos los puntos de la grandísima ciudad. Si analizamos el nivel de frecuencia, también. Al igual que Barcelona, te marca el tiempo restante para que llegue la formación siguiente a la estación. Como Seul, en algunas paradas, hay acrílicos para que la gente no pueda acceder a los vagones. Como en la mayoría de los subtes que vimos antes, las conexiones se realizan en casi todas las paradas. Hasta ahí, glamour.
Pero es sucio. Las estaciones están viejas, descuidadas, abandonadas. A excepción de las líneas 13 y 14, ninguna otra sufrió alguna remodelación desde 1987. Los cestos de basura hacen el mismo papel que la “Gioconda” en el Louvre.
Los vagones, lejos de la belleza de la ciudad. Afuera a los palacios los mantienen, los remodelan. A los vagones, no. Y adentro es un desmadre. La gente escucha música fuerte, se pelea, se grita. Podes encontrarte con animales: perros, gatos. Suele haber asientos vacíos, eso sí. Pero no es muy agradable.
El boleto, 1.50 euros. Por eso los tipos se colan: al no haber molinetes, si no, una puerta que se abre sola cuando pones el ticket, se meten atrás tuyo con tu boleto. No podes decirles nada, lo hacen todos, todo el tiempo. Además no te entienden: el mito es cierto, solo hablan francés.
De todas formas, es un medio de transporte. Y cumple con su función primordial: te acerca a todos lados. No vale la pena perderse de Paris porque el subte está sucio, no?
19 de julio de 1900, cinco días después del día de la revolución, se inauguró el metro. Los juegos olímpicos de ese año, la excusa. En ese entonces, dos líneas: la “2” y la “6”. Hoy, 111 años más tarde, 16 líneas distintas le dan la vuelta a la capital francesa. 300 estaciones y más de 4.500.000 de pasajeros por día.
Hay varias formas de medir el nivel del servicio del subte. La extensión y su recorrido es una. En ese indicador, Paris está muy bien: permite llegar a todos los lugares turísticos, a todos los puntos de la grandísima ciudad. Si analizamos el nivel de frecuencia, también. Al igual que Barcelona, te marca el tiempo restante para que llegue la formación siguiente a la estación. Como Seul, en algunas paradas, hay acrílicos para que la gente no pueda acceder a los vagones. Como en la mayoría de los subtes que vimos antes, las conexiones se realizan en casi todas las paradas. Hasta ahí, glamour.
Pero es sucio. Las estaciones están viejas, descuidadas, abandonadas. A excepción de las líneas 13 y 14, ninguna otra sufrió alguna remodelación desde 1987. Los cestos de basura hacen el mismo papel que la “Gioconda” en el Louvre.
Los vagones, lejos de la belleza de la ciudad. Afuera a los palacios los mantienen, los remodelan. A los vagones, no. Y adentro es un desmadre. La gente escucha música fuerte, se pelea, se grita. Podes encontrarte con animales: perros, gatos. Suele haber asientos vacíos, eso sí. Pero no es muy agradable.
El boleto, 1.50 euros. Por eso los tipos se colan: al no haber molinetes, si no, una puerta que se abre sola cuando pones el ticket, se meten atrás tuyo con tu boleto. No podes decirles nada, lo hacen todos, todo el tiempo. Además no te entienden: el mito es cierto, solo hablan francés.
De todas formas, es un medio de transporte. Y cumple con su función primordial: te acerca a todos lados. No vale la pena perderse de Paris porque el subte está sucio, no?
Rebaño, ¡a combinar!
Para hacer una crónica, los manuales dicen que tiene que tener una razón para ser escrita. Que tienen que contar un hecho distinto, anormal. Cuando hacés algo todos los días, se convierte en rutina. Y las rutinas de anormales tienen poco. Pero combinar las líneas “D” y “C” en hora pico hace de tu rutina, una odisea. Es que este recorrido deja todos los días una historia.
Lunes, 18.15 horas. Estación “Tribunales”, línea “D”. Ya estoy apretado, fastidiado. En mis auriculares, Silvio Rodríguez. Y me cansa: es el tercer tema seguido. Ni siquiera puedo meterme la mano en el bolsillo para sacar el celular y cambiar la canción, la gente no me da lugar. Y si me muevo, me miran mal. Uf.
“9 de Julio”, me toca bajar y combinar: la travesía recién empieza. Se abren las puertas y la primera avalancha: todos descienden, se empujan, se chocan, se gritan. Mamás con bebés en brazos, ciegos, ancianos; se llevan a todos por delante por igual, no hay discriminación.
Fuera de la formación, otra marea. En un pasillo angosto, cientos de cuerpos avanzan, caminan hacia adelante en una sola dirección: la estación “Diagonal Norte”. Aunque la veo todos los días, no deja de llamar mi atención: todos están bien vestidos, recién salidos de trabajar. Y empiezo a pensar, a volar. Pienso que el sistema los obliga, los viste, los formatea, los moldea. Y los transforma en rebaño: vestidos todos igual, hacen todos lo mismo; levantarse, desayunar, ir a trabajar, trabajar, volver, comer, dormir. ¿Todo para qué? Para tener un auto, una casa, un celular, una esposa…
Tropiezo con alguien. Vuelvo a tierra. Adelante mío, un señor excedido de peso. El calor, insoportable. Y el tipo transpira mucho. Imposible no chocarlo, imposible no mojarme. Mi palma derecha se apoya en su espalda, busca distancia. Se transforma en una laguna.
Cabezas, muchas cabezas. Auriculares, mochilas, bolsos. “La Razón a voluntad”, se escucha. Un comerciante vende carpetas. Un quiosco. Me pisan. El camino se hace imposible. El aire es denso y el fastidio, general. Hay gente que intenta ir a la línea “D”. Sí, hay corajudos que tienen que tomar el otro subte. Esos la pasan mal, les cuesta hacerse un lugar.
Llego hasta el final del pasillo y es momento de bajar las escaleras. Me detengo. Abajo una fila larga: es que en el andén esperan que llegue la próxima formación. “Diagonal Norte” es, que yo sepa, la única estación en el mundo dónde hacés una especie de fila salvaje para subirte al vagón. Salvaje porque no se respeta, porque es a la fuerza: el que sube, sube.
Me escurro, busco el último vagón. Entro sobre la chicharra. Meto la panza adentro, no quiero que la puerta me agarre el buzo. Y la primera curva: a la salida de esta parada, hay una curva mortal. El vagón, un samba. ¿Auriculares? No, en ningún momento tuve tiempo ni espacio para volver al mundo musical.
Decir que somos “sardinas en lata” es un cliché. Pero no se me ocurre algo mejor. Estamos realmente apretados. Por los altoparlantes, nos piden que cuidemos nuestros objetos personales: si alguien me puede robar en estas condiciones, yo no lo denuncio, lo felicito.
“Avenida de Mayo”. Faltan dos para “Independencia”, donde bajo. Acá se conecta con la línea “A”, entonces, más gente. Algunos pocos intentan salir, nos empujan, nos corren, nos preguntan si bajamos. No, no bajo, querido: ¿dónde querés que me meta? Viejas y embarazadas paradas, personas a las que el desodorante los abandonó y caras enojadas. Muchas caras enojadas, hoy no, pero siempre hay una pelea, un grito, una puteada.
Mariano Moreno es una estación totalmente intrascendente, su única función es mostrarme que bajo en la siguiente. Nadie desciende, nadie sube. Llega Independencia y empiezo a hacerme lugar: pregunto si alguien baja. Todos asienten. Y comienza el escape. El rebaño vuelve a agachar la cabeza, acomodar sus auriculares y avanzar. Adelante podría haber un arriero, un tipo que los guíe: las ovejas ya pastaron, ahora vuelven al corral. Pero no. Las obligaciones nos hacen caminar, movernos, avanzar. Las necesidades que nos impone el sistema nos impide hacer lo que queremos. La gente debería hacer una re… El sol me pega en la cara. Aire. Al fin, aire. Y, como a las ratas, la luz nos esparce.
Lunes, 18.15 horas. Estación “Tribunales”, línea “D”. Ya estoy apretado, fastidiado. En mis auriculares, Silvio Rodríguez. Y me cansa: es el tercer tema seguido. Ni siquiera puedo meterme la mano en el bolsillo para sacar el celular y cambiar la canción, la gente no me da lugar. Y si me muevo, me miran mal. Uf.
“9 de Julio”, me toca bajar y combinar: la travesía recién empieza. Se abren las puertas y la primera avalancha: todos descienden, se empujan, se chocan, se gritan. Mamás con bebés en brazos, ciegos, ancianos; se llevan a todos por delante por igual, no hay discriminación.
Fuera de la formación, otra marea. En un pasillo angosto, cientos de cuerpos avanzan, caminan hacia adelante en una sola dirección: la estación “Diagonal Norte”. Aunque la veo todos los días, no deja de llamar mi atención: todos están bien vestidos, recién salidos de trabajar. Y empiezo a pensar, a volar. Pienso que el sistema los obliga, los viste, los formatea, los moldea. Y los transforma en rebaño: vestidos todos igual, hacen todos lo mismo; levantarse, desayunar, ir a trabajar, trabajar, volver, comer, dormir. ¿Todo para qué? Para tener un auto, una casa, un celular, una esposa…
Tropiezo con alguien. Vuelvo a tierra. Adelante mío, un señor excedido de peso. El calor, insoportable. Y el tipo transpira mucho. Imposible no chocarlo, imposible no mojarme. Mi palma derecha se apoya en su espalda, busca distancia. Se transforma en una laguna.
Cabezas, muchas cabezas. Auriculares, mochilas, bolsos. “La Razón a voluntad”, se escucha. Un comerciante vende carpetas. Un quiosco. Me pisan. El camino se hace imposible. El aire es denso y el fastidio, general. Hay gente que intenta ir a la línea “D”. Sí, hay corajudos que tienen que tomar el otro subte. Esos la pasan mal, les cuesta hacerse un lugar.
Llego hasta el final del pasillo y es momento de bajar las escaleras. Me detengo. Abajo una fila larga: es que en el andén esperan que llegue la próxima formación. “Diagonal Norte” es, que yo sepa, la única estación en el mundo dónde hacés una especie de fila salvaje para subirte al vagón. Salvaje porque no se respeta, porque es a la fuerza: el que sube, sube.
Me escurro, busco el último vagón. Entro sobre la chicharra. Meto la panza adentro, no quiero que la puerta me agarre el buzo. Y la primera curva: a la salida de esta parada, hay una curva mortal. El vagón, un samba. ¿Auriculares? No, en ningún momento tuve tiempo ni espacio para volver al mundo musical.
Decir que somos “sardinas en lata” es un cliché. Pero no se me ocurre algo mejor. Estamos realmente apretados. Por los altoparlantes, nos piden que cuidemos nuestros objetos personales: si alguien me puede robar en estas condiciones, yo no lo denuncio, lo felicito.
“Avenida de Mayo”. Faltan dos para “Independencia”, donde bajo. Acá se conecta con la línea “A”, entonces, más gente. Algunos pocos intentan salir, nos empujan, nos corren, nos preguntan si bajamos. No, no bajo, querido: ¿dónde querés que me meta? Viejas y embarazadas paradas, personas a las que el desodorante los abandonó y caras enojadas. Muchas caras enojadas, hoy no, pero siempre hay una pelea, un grito, una puteada.
Mariano Moreno es una estación totalmente intrascendente, su única función es mostrarme que bajo en la siguiente. Nadie desciende, nadie sube. Llega Independencia y empiezo a hacerme lugar: pregunto si alguien baja. Todos asienten. Y comienza el escape. El rebaño vuelve a agachar la cabeza, acomodar sus auriculares y avanzar. Adelante podría haber un arriero, un tipo que los guíe: las ovejas ya pastaron, ahora vuelven al corral. Pero no. Las obligaciones nos hacen caminar, movernos, avanzar. Las necesidades que nos impone el sistema nos impide hacer lo que queremos. La gente debería hacer una re… El sol me pega en la cara. Aire. Al fin, aire. Y, como a las ratas, la luz nos esparce.
miércoles, 5 de octubre de 2011
¿Y allá cómo es?: Caracas
Desde la asunción de Hugo Chávez como presidente de Venezuela, el país vive una etapa de transición, de cambios. El “Gobierno Bolivariano” genera controversia. Divide. Lo defienden hasta la muerte o festejan el cáncer que tuvo hace meses. Y en esas modificaciones estructurales que realiza, el subte de Caracas es una de ellas: inauguró dos líneas más.
Pero el subte es más viejo que el gobierno de Chávez. El 2 de enero de 1983, se deslizó por primera vez por los rieles de la capital venezolana. En aquel entonces, una línea, ocho estaciones, 6.7 km. Hoy, cuatro. La empresa “Metro de Caracas S.A”, se declara como “la empresa socialista ejemplar del país”.
Sin embargo, como todo lo que hace el “Gobierno Bolivariano”, el metro también divide. Están quienes lo defienden, quienes agradecen. Quienes se enorgullecen de tener en su ciudad la vía de transporte más rápida y moderna: “Soy caraqueño y me gusta el servicio. Hay fallas, claro. Pero no es para criticar tanto al gobierno: ¡a que nadie dice q el gobierno busca solucion todo los 365 dias del año! Yo disfruto del metro nuevo gracias a mi presidente y su gobierno”, escribió Enyer Carabajal en el facebook del metro.
En el muro también hay de los otros: los que se quejan, los que acusan al gobierno de tarifas caras, de servicio pésimo: retrasos, malas condiciones de viaje. Ismael Flores es une ejemplo: “No se preocupen por el problema del metro: si esperaron 12 años para que Chávez viera o entendiera que había que construir casas, esperen 12 años más para que entienda el caos total que significa el metro de Caracas. Tengan fe.”, comentó.
Es que el servicio colapsa. En hora pico, se hace imposible. Y si bien los vagones son modernos, las estaciones están sucias. Muy sucias. No las cuidan. El gran crecimiento demográfico de la capital Venezolana se ve reflejado en los números: 1.300.000 de pasajeros utilizan el servicio estatal diariamente. Son pocas líneas para tanta gente.
Las imágenes reflejan caos. Las declaraciones, también. Pero a diferencia de otros lugares, es un servicio público. Con 2.50 pesos argentinos vas y volvés. Encima te da la posibilidad de conectar con ómnibus que también son estatales. Acá pierde el estado. Pierden todos. No hay una empresa que se llene los bolsillos, un empresario que nunca se subió a un vagón. Será cuestión de tiempo. Que Venezuela se acomode, que se realicen las inversiones necesarias y así, quizás, el Metro de Caracas sea un real ejemplo de empresa socialista mundial.
Pero el subte es más viejo que el gobierno de Chávez. El 2 de enero de 1983, se deslizó por primera vez por los rieles de la capital venezolana. En aquel entonces, una línea, ocho estaciones, 6.7 km. Hoy, cuatro. La empresa “Metro de Caracas S.A”, se declara como “la empresa socialista ejemplar del país”.
Sin embargo, como todo lo que hace el “Gobierno Bolivariano”, el metro también divide. Están quienes lo defienden, quienes agradecen. Quienes se enorgullecen de tener en su ciudad la vía de transporte más rápida y moderna: “Soy caraqueño y me gusta el servicio. Hay fallas, claro. Pero no es para criticar tanto al gobierno: ¡a que nadie dice q el gobierno busca solucion todo los 365 dias del año! Yo disfruto del metro nuevo gracias a mi presidente y su gobierno”, escribió Enyer Carabajal en el facebook del metro.
En el muro también hay de los otros: los que se quejan, los que acusan al gobierno de tarifas caras, de servicio pésimo: retrasos, malas condiciones de viaje. Ismael Flores es une ejemplo: “No se preocupen por el problema del metro: si esperaron 12 años para que Chávez viera o entendiera que había que construir casas, esperen 12 años más para que entienda el caos total que significa el metro de Caracas. Tengan fe.”, comentó.
Es que el servicio colapsa. En hora pico, se hace imposible. Y si bien los vagones son modernos, las estaciones están sucias. Muy sucias. No las cuidan. El gran crecimiento demográfico de la capital Venezolana se ve reflejado en los números: 1.300.000 de pasajeros utilizan el servicio estatal diariamente. Son pocas líneas para tanta gente.
Las imágenes reflejan caos. Las declaraciones, también. Pero a diferencia de otros lugares, es un servicio público. Con 2.50 pesos argentinos vas y volvés. Encima te da la posibilidad de conectar con ómnibus que también son estatales. Acá pierde el estado. Pierden todos. No hay una empresa que se llene los bolsillos, un empresario que nunca se subió a un vagón. Será cuestión de tiempo. Que Venezuela se acomode, que se realicen las inversiones necesarias y así, quizás, el Metro de Caracas sea un real ejemplo de empresa socialista mundial.
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