jueves, 13 de octubre de 2011

Rebaño, ¡a combinar!

Para hacer una crónica, los manuales dicen que tiene que tener una razón para ser escrita. Que tienen que contar un hecho distinto, anormal. Cuando hacés algo todos los días, se convierte en rutina. Y las rutinas de anormales tienen poco. Pero combinar las líneas “D” y “C” en hora pico hace de tu rutina, una odisea. Es que este recorrido deja todos los días una historia.

Lunes, 18.15 horas. Estación “Tribunales”, línea “D”. Ya estoy apretado, fastidiado. En mis auriculares, Silvio Rodríguez. Y me cansa: es el tercer tema seguido. Ni siquiera puedo meterme la mano en el bolsillo para sacar el celular y cambiar la canción, la gente no me da lugar. Y si me muevo, me miran mal. Uf.
“9 de Julio”, me toca bajar y combinar: la travesía recién empieza. Se abren las puertas y la primera avalancha: todos descienden, se empujan, se chocan, se gritan. Mamás con bebés en brazos, ciegos, ancianos; se llevan a todos por delante por igual, no hay discriminación.

Fuera de la formación, otra marea. En un pasillo angosto, cientos de cuerpos avanzan, caminan hacia adelante en una sola dirección: la estación “Diagonal Norte”. Aunque la veo todos los días, no deja de llamar mi atención: todos están bien vestidos, recién salidos de trabajar. Y empiezo a pensar, a volar. Pienso que el sistema los obliga, los viste, los formatea, los moldea. Y los transforma en rebaño: vestidos todos igual, hacen todos lo mismo; levantarse, desayunar, ir a trabajar, trabajar, volver, comer, dormir. ¿Todo para qué? Para tener un auto, una casa, un celular, una esposa…



Tropiezo con alguien. Vuelvo a tierra. Adelante mío, un señor excedido de peso. El calor, insoportable. Y el tipo transpira mucho. Imposible no chocarlo, imposible no mojarme. Mi palma derecha se apoya en su espalda, busca distancia. Se transforma en una laguna.

Cabezas, muchas cabezas. Auriculares, mochilas, bolsos. “La Razón a voluntad”, se escucha. Un comerciante vende carpetas. Un quiosco. Me pisan. El camino se hace imposible. El aire es denso y el fastidio, general. Hay gente que intenta ir a la línea “D”. Sí, hay corajudos que tienen que tomar el otro subte. Esos la pasan mal, les cuesta hacerse un lugar.

Llego hasta el final del pasillo y es momento de bajar las escaleras. Me detengo. Abajo una fila larga: es que en el andén esperan que llegue la próxima formación. “Diagonal Norte” es, que yo sepa, la única estación en el mundo dónde hacés una especie de fila salvaje para subirte al vagón. Salvaje porque no se respeta, porque es a la fuerza: el que sube, sube.



Me escurro, busco el último vagón. Entro sobre la chicharra. Meto la panza adentro, no quiero que la puerta me agarre el buzo. Y la primera curva: a la salida de esta parada, hay una curva mortal. El vagón, un samba. ¿Auriculares? No, en ningún momento tuve tiempo ni espacio para volver al mundo musical.

Decir que somos “sardinas en lata” es un cliché. Pero no se me ocurre algo mejor. Estamos realmente apretados. Por los altoparlantes, nos piden que cuidemos nuestros objetos personales: si alguien me puede robar en estas condiciones, yo no lo denuncio, lo felicito.

“Avenida de Mayo”. Faltan dos para “Independencia”, donde bajo. Acá se conecta con la línea “A”, entonces, más gente. Algunos pocos intentan salir, nos empujan, nos corren, nos preguntan si bajamos. No, no bajo, querido: ¿dónde querés que me meta? Viejas y embarazadas paradas, personas a las que el desodorante los abandonó y caras enojadas. Muchas caras enojadas, hoy no, pero siempre hay una pelea, un grito, una puteada.

Mariano Moreno es una estación totalmente intrascendente, su única función es mostrarme que bajo en la siguiente. Nadie desciende, nadie sube. Llega Independencia y empiezo a hacerme lugar: pregunto si alguien baja. Todos asienten. Y comienza el escape. El rebaño vuelve a agachar la cabeza, acomodar sus auriculares y avanzar. Adelante podría haber un arriero, un tipo que los guíe: las ovejas ya pastaron, ahora vuelven al corral. Pero no. Las obligaciones nos hacen caminar, movernos, avanzar. Las necesidades que nos impone el sistema nos impide hacer lo que queremos. La gente debería hacer una re… El sol me pega en la cara. Aire. Al fin, aire. Y, como a las ratas, la luz nos esparce.

1 comentario:

  1. Correcciones:
    Bien la crónica en general.
    Faltan testimonios que escuchas y cosas más interesantes para contar. Hay más opinión que descripción, me parece.
    Buen trabajo.

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